Los conciertos para piano de Beethoven se encuentran entre las obras maestras de la literatura pianística, en particular los tres últimos. No hay pianista que no quiera tocar el ciclo entero como demostración de sus dotes y habilidades instrumentistas. Los mejores pianistas del mundo los han grabado no una sino múltiples ocasiones, y forman parte obligada del repertorio musical en todas las salas de concierto del mundo. Sólo de manera más o menos tardía la escuela historicista se ha acercado a grabarlos y a ofrecerlos en la manera en que podrían haber sonado en su momento. Sin embargo, los resultados no han sido, en mi opinión, del todo satisfactorios. Las cinco versiones aquí incluidas comparten ese común denominador: ninguna supera realmente las grabaciones que otros grandes pianistas del pasado (Wilhelm Kempff, Maurizio Pollini, etc.) y cada una a su manera, unas más que otras, quedan a deber al escucha. Eso no significa, por supuesto, que sean despreciables, quizá con una sola excepción.
Me referiré primero a la versión de Jos van Immerseel. Me parece una versión un tanto convencional, sin la brillantez que uno tal vez esperaría. La orquesta Tafelmusik no es precisamente una de las más notables en el mundo de las interpretaciones historicistas, y esto se nota y termina por afectar el resultado final. Yo la calificaría apenas con un 5.5+ en una escala de 10. Habría que agregar que Van Immerseel dista mucho de ser un pianista arriesgado y eso se nota no sólo en este ciclo, sino en su anterior de los conciertos de Mozart e incluso en otras mucho muy anteriores.
La versión de Steven Lubin tiene en su contra que la orquesta y el director son verdaderamente de medio pelo, si bien la calidad de la toma de sonido me parece superior a la de Immerseel. La Academy of Ancient Music dirigida por Christopher Hogwood es una de las orquestas que más bostezos por minuto puede provocar: el señor carece por completo de imaginación y arrojo para abordar el repertorio beethoveniano, como lo demuestra su mediocre ciclo sinfónico del genio de Bonn; aunque habría que decir, en defensa de este ciclo pianístico, que aquí parece sacarse la espina, y sin tratarse de una versión excepcional supera, no por mucho ciertamente, a Immerseel. Yo le daría un 6.5+ apenas.
La nota la da el excepcional pianista francés, especialista en repertorio moderno y siglo XX, Pierre-Laurent Aimard, dirigido por Nikolaus Harnoncourt al frente de la Orquesta de Cámara Europea, en lo que parece una pareja dispareja o improbable. El resultado es extraordinario, si bien algunos probablemente no toleren a Harnoncourt y su sonido seco tan característico. Aquí la lectura del austriaco sobre las partituras beethovenianas resulta en verdad sobresaliente y nos muestra su capacidad para realmente darle vida y frescura a un grupo de obras que parecieran habernos dicho ya todo. Primero organiza los conciertos en el orden en que fueron escritos, por lo que el disco abre con el concierto #2 y después con el #1. Después, Harnonocurt decide organizar la orquesta en una forma muy similar a la que Beethoven tenía en mente: dos secciones de cuerdas que giran en torno a las maderas y al piano, por lo que el sonido es de una notable intimidad, sin sobre-lecturas o sobre-interpretaciones, y tampoco sin artilugios para hacerlos sonar como obras de un periodo al que no pertenecen. La orquesta es en verdad aquí un acompañamiento excepcional para el piano, que en manos de Aimard resulta en verdad deslumbrante y de una claridad excepcional. La limpieza interpretativa de Aimard quita la respiración y muestra cómo un pianista especializado en repertorio de vanguardia puede aportar nuevo lustre a un grupo de obras. El cuidado y limpieza con que Harnoncourt afronta este ciclo encuentra en Aimard a un aliado inesperado y sorpresivo, y nos entrega un registro de gran valor, aunque no se trate sino de una interpretación históricamente informada, a diferencia de las dos anteriores aquí mencionadas. Yo le daría un 8.5+ a esta grabación, y no puedo sino recomendarla ampliamente.
Siguiente en el grupo de grabaciones es la del excepcional pianista Ronald Brautigam acompañado por la Orquesta Sinfónica de Norrköping dirigida por Andrew Parrott. A primera vista uno pensaría que, como en la anterior, estamos ante una pareja improbable, aunque aquí, con excepción de la orquesta, ambos son especialistas en interpretaciones historicistas. Si no fuera porque Brautigam parece desde el principio con la urgente necesidad de tomar su patín y por eso mete el acelerador innecesariamente todo el tiempo, si no fuera por eso, esta sería una versión inmensamente superior a la de la dupla Harnoncourt-Aimard. Para empezar, la toma de sonido es simplemente insuperable: la orquesta brilla en toda su gloria, como ninguna de las versiones anteriores lo logra, con una opulencia y un sonido cristalino que quita la respiración. De calle se lleva a cualquier registro que haya escuchado o esté disponible en el mercado. Allí, sin duda alguna, mi calificación es un absoluto 10+. Sin embargo, Brautigam va echo la madre todo el tiempo, parece no entender el sentido cantabile de pasajes claves, como la cadenza del primer movimiento del Tercer concierto no menos que en el impresionante Quinto. La prisa de demente que lleva arruina el delicado equilibrio que exige este y muchos otros pasajes, y su empeño en demostrarnos que es un pianista excepcional consiste en subirse a su auto y meter el acelerador como desquiciado, sin prestar atención a la orquesta ni a la música. El resultado es que Brautigam mancilla este ciclo en este afán de ser él quien brille en lugar de que sea la música, algo que Aimard entiende a la perfección. EL ciclo incluye los cinco conciertos para piano, más dos adicionales: uno es la célebre transcripción de su concierto para violín, y el otro es el llamado Concierto para piano # 0, WoO 4, una curiosidad que responde a un concierto que Beethoven escribió a los 13 años y del cual sólo queda la parte del piano, por lo que la orquestación sólo puede inferirse del trazado del instrumento solista. Sin duda, una obra menor y sin mayor relevancia que apenas está para interpretarse en el conservatorio o escuelas de música, pero que en virtud de su propia naturaleza temprana e incompleta tiene muy poco del Beethoven maduro. Por ese afán protagónico Brautigam hace que esta que podría haber sido una versión de absoluta referencia no lo sea. Yo le daría a esta grabación un 8+, con la observación de que la toma de sonido es excepcional.
El último ciclo que incluye esta entrega es en verdad uno de los más malos y mediocres que haya escuchado en mucho, mucho tiempo. Asombroso que una casa discográfica como Alpha se haya dado el lujo de permitir que un músico atropelle la música de Beethoven con la impunidad y el desparpajo que Arthur Schoonderwoerd despliega en este auténtico atentado criminal. La pretensión de autenticidad, que siempre me ha parecido importante, encuentra aquí un extremo que debe ser censurado y denunciado con suprema energía. Porque si algo tiene la música de Beethoven es que avanza con respecto a la de sus predecesores. La orquesta, como bien se sabe, es ampliada por Beethoven, y es por él principalmente que aparece la necesidad de un director de orquesta, por la dimensión instrumental y por la complejidad cada vez mayor de las obras que crea. De allí que haya muchos que afirmen, en un ejercicio teleológico, que sus conciertos y sinfonías piden la orquesta y el piano modernos, un instrumento doble más robusto y complejo. Schoonderwoerd parece decirnos lo contrario: que Beethoven no sólo no avanzaba, sino que decidió usar casi un cuarteto de cuerdas: unos cuantos violines (dos o tres, y no más), una flauta, un oboe, uno o dos cellos, una o dos violas, y así por el estilo. Es decir, una orquesta casi del tamaño de la que usaba Vivaldi, no Mozart. El resultado: lamentabilísimo. Incluso en los tutti del Emperador, la orquesta, si se le puede llamar así a unos cuantos instrumentos pelones a los que sólo les falta tocar desafinados, apenas se escucha. Uno se pregunta si con semejante pedorrez de orquesta en su época habrían llamado así al tercer concierto. Lo más probable es que hubieran despedido a Beethoven con cajas destempladas y lo habrían expulsado de Viena sin mayor dilación: "¡Váyase usted a Holanda y allá haga lo que se le dé la gana!" le habrían dicho. Escuchen el final del primer movimiento del Emperador aquí tocado y díganme si en una escuela rural de cuarta podría sonar tan pinchurriento y jodido este concierto. Pero no sólo eso, los movimientos lentos de todos los conciertos son patéticos. Ya no digamos que el piano suena peor que el piano de don Teofilito, hasta casi parecer un clavicordio por su sonido en extremo sordo que se muere inmediatamente el dedo se quita de la nota (¿nadie le explicó a Schoonderwoerd para qué sirven los pedales?). ¡Que no mame Schoonderwoerd! ¿De veras cree que Beethoven escribió esos movimientos para un trío con pianoforte? Por el amor de Dios. No me explico cómo los alemanes pudieron tragarse la píldora enterita de este fraude. Parece más una reducción del Emperador, como aquella de la Sinfonía Londres de Haydn, pero con un sonido incluso más pobre y jodido. Cualquier crítico que aplauda esta mamada merece ser colgado de los huevos del mástil más alto junto con Schoonderwoerd, que no me merece el menor respeto como "musicólogo" ni como intérprete. Su sentido musical y armónico es inexistente, toca el piano como un viejito que se encuentra el instrumento después de haber vivido años en una isla desierta sin contacto con este. No toca las teclas, sino que las aporrea y tunde con pendejez inigualable, como si fuera un Muppet o un quintacolumnista. No sé dónde haya "estudiado" Schoonderwoerd, pero donde sea, debe de haber reprobado todos los cursos de armonía, interpretación y repertorio. Sólo oigan el fugato del "Rondo. Allegro" del Emperador y díganme si esa pedorrez que se escucha es una orquesta. De verdad que no mame este pendejazo holandés de Schoonderwoerd (como única "virtud" diría que para alguien que estudia la obra, puede escuchar todas sus partes, como si un reloj se hubiera desarmado ante sus ojos). Y el ensamble Cristofri, que se vaya a chingar a su madre con todos sus pedorros tutti y fortissimi, que se dedique a tocar música barroca, si es que puede, y deje de mamar corneta y ensuciar el nombre de Beethoven. Si alguno de ustedes en Europa llega a ver a Schoonderwoerd en un concierto, por favor, miéntenle toda su puta madre de mi parte, este pinche fraude ambulante merece mi mayor desprecio y debería merecerle el de ustedes también. Oigan su ciclo y si no sale de ustedes el asesino serial que todos llevamos dentro...